1.27.2007

cuentera

Los últimos meses han sido de profunda nostalgia. Por la ciudad perdida, las personas lejanas sí. Pero más bien por las palabras. El vacío viene más bien de ahí. De saberme incapaz de articular, de decir, de contar. No es posible que me haya dejado de pasar nada. Es más bien mi inutilidad, la orfandad de las palabras. El otro día, en la cama, con el cuerpo dolorido me doy cuenta. Sigo contando. Todos los días me levanto y cuento. Explico que árabes y judíos, que instituciones financieras y migrantes filipinos. Cuento y recuento. Tengo cuatro oportunidades cada vez. Cuatro veces para decirlo de otra manera, pulir los punchlines, refinar los ejemplos, perfeccionar las analogías. La cosa es que ya no soy yo quien teclea. Las palabras me abandonan y van a parar a sus cuadernos, a sus mentes adolescentes. Lo que les digo. Sigo diciendo. Sigo de pronto jugando con la verdad, torciéndola para que sea más linda, más impactante, más fácil de recordar. Ellos apuntan y me miran y preguntan y seguro, seguro, también se olvidan.

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