2.05.2007

curandera

Yo no era la diseñadora gringa que cumplía treintaypico el sábado. Tampoco llevaba unas botas altas color miel que apenas cubrían los dragones que me recorrían las piernas, ni unos aretes más grandes que mi rostro. Yo no trabajo para el sundance channel ni acabo de comprar un documental brasileño sobre los mochaorejas y las granjas de ranas donde se lava dinero. Yo no era la parisina pelirroja vestida toda de negro ni su antipático acompañante de las botas ridículas. Yo no era el novio rockstar en chanclas preparando la cena ni el mánayer de rockstars argentinos a cargo de las capiroscas. Yo no llevaba seis pulseras de diseñador en el brazo desnudo ni dos piercings en la nariz. Yo no conté que conocí a mi padre a los once años en los interiores de la GQ que mi madre me regaló aquel año. Tampoco confesé haber hecho drogas a los quince ni escaparme de la casa de mi madrastra a vivir con mi madre hippie, que siempre quiso hacerse un tatuaje o probar ácido. Yo era la mexicana callada vestida de negro que le tomó el esternocleidomastoideo a su novio y le acabó de una vez por todas el hipo. Yo no me ando con frivolidades.