2.01.2007

Orhan Pamuk

Antenoche, luego del gimnasio, mientras que él venía en subte a nuestra cita telefónica, abrí la niushorquer. La niushorquer de este lado sabe diferente. Para empezar no sé dónde leerla. Allá la leía sólo uptown, en la mecedora de Ikea o sobreledredón-que-realmente-no-lo-era. Nunca en los commutes, para eso era la NYMag o el crucigrama del Observer. Total me acomodé en mi cama y empecé por las caricaturas. jiji. jojo. Ya ví un título que me interesa, guardo el dedo índice. Luego otro. Antes de la mitad ya estoy overwhelmeada, es el especial de ficción de invierno. Me regreso a Pamuk y los cuadernos de su padre. Pienso en mi canasta llena de cuadernos. Los de la prepa. Los de Tatí de Toulouse, los moleskines de NY, los de tapa dura y los enclenques. El chiquito que traía siempre en el auto y el que me dio Shamán antes de irme. Empiezo a leer y me doy cuenta que me gusta. Me regreso en las palabras como seguramente mis alumnos harán una noche después sobre las mías. Recordarlas. Siento ganas de escribir esto. No de haberlo escrito, sino de traducirlo, ponerlo en otras palabras que sean mías. Me regreso e intento. La soledad. Encerrarse en un cuarto a intentar sacar esa otra persona que somos. Cómo me gusta.

Etiquetas: