12.27.2005

diciembre 23

Es viernes, son las 9 de la mañana, viernes 23. Me desperté hace 24 horas exactamente y no me he vuelto a dormir. Mi vuelo no sale hasta la una y media, pero desde las 6.30 estoy aquí. Compartimos taxi el flasmeis (él sale antes) y yo, una verdadera odisea, encontrar transportación al aeropuerto en medio de la huelga, en la orillita de la vìspera de navidad. Los de la aerolínea se ríen de mí, 7 horas antes y ya estoy documentada. Ahora tengo que encontrar un wifi spot, tengo que trabajar. El deadline para entregar calificaciones es viernes 23, 14 horas. I can do it. Algo le sucedió a mi ibook, está engordando o algo porque ya no cierra. Necesito un café. Ayer después de que me despedí del güero en la puerta de su casa, lloré un poquito entre los mercados de pescado. Para cuando acordé ya estaba toda enlagrimada en Chinatown. Devolví los pasos hasta donde adopté a Jaws y Megu, tengo que comprar los suplementos necesarios para dejarlos solos. Suspiro. Los compramos juntos, siempre fueron míos nadamás, pero de todos modos. ¿Tomar Elizabeth para llegar a casa? Llevo una bolsa con agua y un lirio que se supone los peces deben comerse. Siempre tomaba Elizabeth para llegar de su casa a la mía. A la altura de Broome tiene una vista espectacular del Empire State. Suspiro, alguien me mira con curiosidad, las làgrimas frías sobre el rostro. No, hoy no regreso por Elizabeth Street. Pienso esto mientras le doy un trago al café y miro a la gente en el aeropuerto. Dos, tres caras conocidas y yo terminando de sumar grados y calcular promedios. Al final del día estaré en casa de mis padres. Tengo ganas de verlos. Atrás de mí un par de rubias hablan en ese idioma que no aprendí a entender pero que sé identificar. Estoy casi segura de que no es sueco ni noruego. Son danesas. Saco los audífonos, no me concentro. Ya son las diez y media. Un contingente de enanos de una escuela del Bronx ha venido a pararse a 5 metros de mí. Están cantando villancicos. Otra vez, una lágrima se asoma. ¿Qué pasa? Urgh. Un hueco, un hueco adentro. Ayer, cuando no me concentraba, salí a dar una vuelta. Atropellaron a una mujer en Prince y Mercer, frente a mis ojos. Los vendedores ambulantes, el frío, la policía, la ambulancia. El taxista huyó. Hace veinticuatro horas no duermo ni un minuto. Cuando quise cambiar a los peces de casa se resistían. Megú no quiso salirse de la pecera y se quedó diez segundos agonizando mientras yo lo convencía de que iba a gustarle la cubeta más grande. Así me siento. Como que me sacaron del agua. Como que me vinieron a poner acá, en un aeropuerto, con un deadline que vence en dos horas, con las maletas documentadas y siete meses que me separan de la última vez que he visto a mis padres y a uno de mis hermanos y amis amigos y mis ciudades y, y, ¿Por qué estoy llorando?