10.12.2005

Patty*

Se llama Patty* y mañana cumple veinte años. Iba a escribir sobre el concierto de U2 y mi primera visita a Madison Square Garden y las luces y la música y las cosas que uno siente y uno entiende en medio de la gran multitud y tanta tontería que uno piensa. En lugar de eso, mientras se me mojan los jeans hasta la rodilla de regreso a la casa esta tarde, pienso que tengo que escribir de Patty que mañana cumple veinte años. La he visto cuatro veces contando la de hoy. El próximo año terminará high school aquí en Nueva York. Mi misión es ayudarla con la tarea pero también con los ensayos y las aplicaciones y todas esas cosas horrorosas que uno tiene que hacer para que a uno lo acepten y le den dinero. Quiere ser diseñadora gráfica. Quiere ir a Boston porque ha oído que es muy bonito por allá. Quedamos en que hoy íbamos a trabajar en su personal statement. ¿Cuántos personal statements he visto en los últimos años? Un montón. El otro día hablaba con alguien que se quejó de que el suyo no contenía ninguna experiencia salvando vidas en África. Este es diferente. Llegó con un paraguas amarillo y sacó de un fólder acqua y arrugado (orita voy a comprar uno nuevo, dijo con vergüenza) dos páginas escritas a mano. La letra limpia y derechita. Expectante, los ojos brillantes. Alejé lo más posible la pluma, intentando apartar la comezón de las faltas de ortografía. El primer párrafo era una sola oración. Contenía cuatro veces la palabra obstáculos. Lo leí una vez. Saqué una hoja en blanco. Hicimos un bosquejo. Luego le pedí que me explicara cada párrafo. Patty que aprendió a leer y escribir a los diez años en México, cuando sus papás se devolvieron a vivir una temporada allá. Patty que a los tres años llegó por primera vez a Nueva York y la pusieron en una clase especial porque no hablaba y no respondía. Es que no entendía nadita del inglés, pero no es que no supiera aprender, fue hasta que hice la primera comunión que un cura de la iglesia- creo que se llamaba Peter- me empezó a platicar en inglés y ahí ya lo fui aprendiendo. ¿ A quién le puede importar que ayer fui a un concierto o que últimamente mis intereses románticos oscilan indecisamente entre centroamérica y escandinavia? No he revisado los otros ensayos ni las tareas. A los nueve años un maestro de segundo de primaria la sentaba en el pasillo, sola, con un libro enfrente y le dejaba encargado que lo leyera mientras él daba la clase. No sabía juntar las vocales, y me hacían burla. Después se le contenta la voz y me cuenta de la maestra viejita que le regaló un gato y la llevaba a su vecindad a que aprendiera a leer luego de que las clases se habían terminado. Ahora estamos leyendo de este Otelo, en la clase de inglés, pero no le entiendo bien a todo. Cuando tomé la clase de historia en la otra escuela, cuando ya nos regresamos para acá, el maestro Sánchez sí me ponía más atención porque era latino como yo y si ya de plano no le podía con el inglés, entonces me hablaba en español. Me saqué un diploma en historia y ahí sí me dí cuenta que me iba bien en la escuela. Y tiene ganas de graduarse pronto y de irse a vivir a Boston. Antier que hice pollo con papas y arroz salvaje y ejotes con almndras para el flasmeis y sus amigos que vinieron a festejar el verdadero día del cumpleaños decidí que yo ya había tenido suficiente escuela. Tengo veintitrés años de empacar mochila todos los días y asomarme a pizarrones. Sin descanso. No sé hacer otra cosa y a veces quisiera no sé, tener un restaurancito o meserear o quedarme en mi casa todo el día sin pensar en la tarea que tengo que hacer o en las que me quedan por revisar. Justo pensé que quería un cambio, un break por lo menos. Y vengo a toparme con Patty a las dos de la tarde de un miércoles lluvioso y me doy cuenta de que necesito seguir en contacto con ese mundo de plumas rojas y pupitres y gis y borrador. ¿Cómo se me puede ocurrir otra cosa? ¿Cómo puedo abandonar mis deberes por andar cocinando y regando las plantas y rogándole que no se me mueran e ir al super o acurrucarme un rato a que me cuenten que en Dinamarca la gente toma leche tres veces al día o escuchar en el medio tiempo del México-Guatemala-rumboalmundial cómo le hace uno para intubar a un bebé que pesa menos de un kilo como si no hubiera nada más en la vida? Tanta nostalgia idiota por una vida que no existe, que es de mentiritas. Y Patty que va y viene en el metro, que también toma la línea verde pero ella hasta arriba y pasa la tarde cuidando a su hermanita o el mostrador del negocio de sus papás y hace un cachito en su tarde para que yo venga y le diga qué es lo que hay que escribir si uno quiere que lo acepten en una escuela. Volteo a ver la pila de ensayos que me esperan y mi agenda olvidada y relegada que se ha quedado afónica de tanto decir que el martes que entra hay que entregar un paper sobre el que ni siquiera tengo el tema. Afuera no ha dejado de llover. Arriba hay un perro o un bebé o algo que hace un ruido muy extraño. Unos pasitos irregulares y constantes que igual no me van a dejar dormir, me digo mientras me obligo a leer ahora sí todas las tareas. A entregar, ahora sí todos los deberes.



(*Aunque en realidad no se llama Patty)