8.12.2005

vasconcelos 1507

(post atrasado, para C)

No estuve ahí desde el principio, ni tampoco voy a estar ahí este viernes cuando todo de alguna forma termine. El departamento de C en Monterrey.

Nos conocemos desde los tres años. Nos encanta decirle eso a los desconocidos cuando nos presentamos. Cuando escribo desconocidos me refiero a las gentes que hemos ido recogiendo en el camino y que no saben que somos amigas de toda la vida. Claro, si uno escarba en la historia uno se da cuenta que fuimos amigas desde los tres años, pero hubo una pausa en la primaria. A nadie le importa esa pausa. Lo que importa es cuánto nos queremos, porque con todo lo que nos queremos no importan las pausas. Hay relaciones en las que la pausa más insignificante representa el final de la amistad, el distanciamiento, el olvido. En este caso no. Ni cuando ella se fue a Indiana o yo me vine acá, ni cuando nos inscribimos en universidades diferentes. Ni siquiera después de que se vaya a vivir a Baja California con ese marido inminente a quien le permito que se la lleve sólo porque es un buen hombre que la hace feliz. Todavía no se casan, pero hay cosas que sí cambian.

El domicilio es una de esas cosas. Ah, si esas paredes hablaran. Afortunadamente esas paredes sólo escucharon. Cuánta palabra, cuántos martecitos o miercolitos, cuántos cigarros y copas de vino y programas idiotas en la tele y cuántas lágrimas y cuántos muchachos pasaron por esos sillones tan cansados. Las cosmopolitans en el mueble de la sala, el espejo maravilloso siempre con algún piropo, la barrita confidente, los colchones crujidores que siempre tenían espacio para alguien más, el par de pantunflas extras, el teléfono lejano que sonaba y sonaba por las mañanas sin despertar a nadie.

Ese lugar es además importante por lo que no pasó ahí. Por todo eso que sucedió entre que salíamos y regresábamos. Siempre volvimos. A veces muy noche, todavía risueñas, el rímmel por todos lados. Otras veces temprano, la que madrugara menos tarde con los tacos de barbacoa o la comida china o las hamburguesas de las alitas. Salíamos juntas, en uno o dos coches, con o sin acompañantes pero siempre las unas con la otra. Después, los regresos. Tal vez alguna no volviera hasta el día siguiente, todavía con las estrellas encendidas en los ojos. A veces a mí me devolvían primero, por motivos de deslucimiento o cansancio extremo. La llave bajo el tapete, como recompensa después de subir la rampa del estacionamiento con los tacones sexis y la noche encima o los papeles del trabajo que necesitaban terminar de leerse. La casa de C, pero el hogar de todas. Al menos así lo sentí yo.

Hubo una temporada en que todos los fines de semana dormí ahí (o no). Ahí fue donde el doctor depositó sus últimas palabras escritas en una hoja de máquina insolente. Ahí fue donde nunca recogió el libro de las pastas rojas que le devolví. Ahí llegué con todas las alegrías y los miedos y las frustraciones y ahí siempre estaba eso que llamamos tal vez hogar. En enero pasado, cuando ya mi cuarto había sido desmantelado y volví a vivir un par de semanas a Monterrey para terminar de arreglar cosas, ahí me instalé. Cuando no me cupo más para empacar, ahí dejé mi taza de café verde vintage. C prometió devolvérmela algún día. No es tanto un lugar como una época tal vez. Esa que vivimos al estar recién graduadas, ser solteras asalariadas. Tener todo el tiempo del mundo luego de la hora de salida, quejarse un poco del jefe, soñar con los muchachos del fin de semana. Una vida de celulares y cigarros y vino tinto y revistas de modas y mientras. Una vida transitoria. Sabíamos que eso no era. Sabíamos que eso no podía ser, debía haber algo más, una promoción, un mejor sueldo, una maestría, un auto nuevo, un anillo de compromiso, yo qué sé. En realidad yo no sé nada. Sé que muchas veces esa fue más mi casa que mi casa. Sé que voy a extrañar mucho a C. Pasar por Vasconcelos y saber que no está, que ya no hay refugio nocturno, ni pijama prestada ni hombro para descansar las lágrimas, ni cenicero en donde se depositen los chismes ni copas de la felicidad compartida. Hay personas que son como lugares, hay lugares que son como personas.

3 Comments:

Blogger Roberto ha dicho...

Hermosas las palabras del fin... mucho mas hermoso es todo el significado del post. Un abrazo en una noche lluviosa y silenciosa.

10:46 p.m.  
Blogger blancavg ha dicho...

... y te darás cuenta que eso no cambiará, que tal vez el lugar físico no exista pero siempre estarán sus palabras cómplices y comprensivas desde cualquier lugar en el momento preciso

11:56 a.m.  
Blogger La Maz ha dicho...

Roberto: Un abrazo lluvioso también acá...Gracias por el comentario

Snow lady: Cuánto tiempo!!! Saludos..

1:09 p.m.  

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