7.01.2005

tlacoyo

Son las once cuarentaysiente. Cuarentaysiete. Hace una hora saliste de casa por segunda vez. Es viernes, dijiste, qué hago aquí. Entonces tomaste las llaves y los cigarros y la tarjeta de crédito y te dirigiste a la puerta. Te miraste en el espejo e intentaste guardar tus escasas pertenencias en la bolsa del pantalón khaki al que le grapaste la bastilla porque te queda largo y ajustarlo costaría el cincuenta por ciento de lo que pagaste por él hace dos domingos. Fue cuando te diste cuenta de que las bolsas son falsas y no puedes guardar nada en ellas. Te volviste a buscar la bolsa. No querías llevar bolsa. Hoy te vestiste de los colores que nunca te vistes. Te pusiste el pantalón khaki y una blusa morada sin mangas con encaje lila en las orillas. Esta mañana descubriste que podías ponerte el brassiere fiucha que te gusta debajo de la blusa color uva y que se veía bien. También tus brazos se ven bien. Cuando estabas en eso, en esos pensamientos, en la mañana, cuando descubriste que el brassiere fiucha y la blusa uva, te diste cuenta de que el cinturón que está hecho de una corbata beige con rayas naranjas y fiuchas y café-que-podría-ser-uva también combinaba. Estos no son los colores que normalmente usas, pero te miraste al espejo y te gustó y saliste. Fuiste a pedir una tarjeta de seguro social que te negaron. Te sentiste ridícula, con tu blusa morada y la muchacha mexicana como tú (que sabes que no es como tú) diciéndote que lo sentía mucho, pero que el oncedeseptiembreylaspolíticashancambiado, ya sabes. Claro que lo sabes. Estas son las cosas que sabes, y también sabes que la blusa no tiene la culpa de que ella no sepa que tú sí estás dentro de los casos contemplados para recibir una tarjeta de seguro social. No vas a pedir estampillas, ni a inscribir a tus hijos en las escuelas públicas ni a presentarte en el hospital. Suspiras y te largas. Vas y te sientas en la barra del restaurante que te gusta, te das cuenta de queno has comido nada y son las cuatro de la tarde. Un yogurt a las diez de la mañana en realidad no es nada, porque además el yogurt no te gusta, pero tu madre y tu abuela tienen osteoporosis y hace veinticuatro años que no tomas leche y el cuerpo cada vez refleja más tu edad, la que niegas, no la que pregonas. Pides una sopa de tomate y medio emparedado con queso y pimientos y piensas en cuánto dinero te queda, piensas en tu blusa morada nueva que realmente no necesitabas pero que te costó el equivalente a cien pesos en la tienda esa que te gusta y que pocas veces vende cosas de ese precio. Sacas el cuaderno negro y escribes. Escribes sobre una mujer que no eres. Escribes sobre otra mujer que te hubiera gustado ser y le inventas un defecto, para que se te quite el deseo de ser ella. Quieres escribir sobre un hombre y te detienes. Te tomas una copa de vino sobre la barra de azulejos blancos y te marchas a tu casa. Sientes el rostro lleno de calor y ciudad. Tu rostro refleja la ciudad, de tanto calor. Te sientas media hora en la banca de afuera de tu casa hasta que te acuerdas de la mujer vagabundo que se acuesta sobre ella todas las noches, abrazando un montón de harapos debidamente organizados y clasificados y mejor tomas tu bolsa y tu blusa morada y subes a dormir un rato. No puedes dormir, es de día, hace calor, te negaron la tarjeta de seguro social y te sentiste miserable. Miras la tele y te prometes que cuando te largues de este país no vas a mirar la tele nunca más. No vas a mirar los programas de doctores por las mañanas ni los de sexo y ciudad por las noches ni los de comedia tonta en las tardes, vas a escribir, sí señor, sobre la mujer esa que se te ocurrió en la barra frente al plato de sopa de tomate que tanto te gusta. Después es de noche y te das cuenta de que es viernes. Es viernes y quisieras tener algo más, pero estás sola con tu cuaderno negro y tu blusa nueva de rebaja. Tomas tus escasas pertenencias y te largas después de que has buscado la bolsa que no querías llevar, porque querías que el trip fuera más casual. No importa. Llegas y te sientas en otra barra de otro lugar de tus alrededores. El hombre detrás de la barra les explica a otro par de comensales que el agua es segura y que él nació aquí y no tiene nada de malo el agua. No entiende a lo que se refieren. Se dan cuenta de que los miras y te explicas. Las partículas que se acaban de descubrir sólo son malignas si estás embarazada o tienes sida o tu sistema inmunológico está de alguna forma debilitado. Oh, dicen. There you go, sonríe el muchacho detrás de la barra y acerca el menú y ofrece algo de tomar. Are you a doctor, dice la muchacha de las trenzitas. God, no, respondes y pides una dos equis ámbar. Hace años que no tomas una dosequisámbar y, luego, as if on cue, empieza un danzón. Suspiras hondo, por el hombre que te intentó a enseñar danzón un verano perdido de la universidad, por las dosequis que te tomaste junto a él. Apartas el menú y dices que ya sabes lo que quieres. Very well, dice ojosverdes y le sostienes la mirada un segundo demasiado. Un segundo de más, te corrijes, y le pides un tlacoyo. Lo pides en inglés sólo porque antes de decir tlacoyo has dicho I'm having a, y es difícil decir tlacoyo en español cuando acabas dedecir having a. La dosequis está helada. Dices salud a tus adentros y miras las fotografías en la pared y sientes el aire del ventilador en la cara y sonríes. Sonríes como si te acordaras de que te ha pasado algo muy bueno, pero es mentira. Aunque la blusa nueva, pero la tarjeta de seguro social. Además estás sola. El maíz relleno de queso de cabra te causa cosas. Te recuerda cosas. Lo masticas con cuidado, descubriendo el tomate seco junto con el queso, junto con la salsa de tomate verde y la crema fresca y el pico de gallo. Haces el pepino a un lado porque tú sabes que el pepino no combina en este contexto. Ellos no lo saben, aunque los dos de las parrilas que puedes ver desde tu asiento seguramente que lo saben. Ellos seguro conocen un tlacoyo real, como tú, tal vez más real que el que conoces tú, pero también se callan. No les pagan para opinar cómo se hace un tlacoyo. Si les dicen que se rellena de queso de cabra y tomate deshidratado y se adorna con pepino ellos lo hacen. Tú te lo comes y pagas. Vuelves a pensar en que ya se te está acabando el dinero, pero no importa porque este tlacoyo y la dos equis y la música y el viento y los ojos verdes del otro lado de la barra y tus paisanos en la parrila cortando rábanos y asando elotes. Seguro que en sus pueblos no se acercaron nunca a la cocina más que a comer, piensas y te burlas de tí por pensarlo. Tú, con la blusa morada y la tarjeta negada. Estás sola. Pides otra dos equis, al fin que al cabo, a quién le importa. Lo malo es que no es un bar, se te ocurre pero es demasiado tarde y hete aquí, todos comiendo y tú acabas de terminarte el plato y ahora tienes que matar una dosequis heladísima y es una verdadera pena, porque no hay nadie a quien le cuentes que hoy te vestiste de otro color y es viernes y te gustaría estar en otro lado . A dónde irá luego de que cierren, te preguntas cuando tus ojos vuelven a chocar con los brazos de ojosverdes y te regañas casi al instante. Casi porque antes le das entrada al pensamiento, a la aventura de mentiritas. Después pides la cuenta y te marchas. Son las once cuareintasyete y haceunmomentoapenasquesalistedetucasa, sola.

5 Comments:

Blogger Proud Mami ha dicho...

wow, love the way u write.

5:18 a.m.  
Blogger Skarav ha dicho...

Tu si escribes muuuuy bonito.

El titulo de tu post me dio hambre.

Saludos!

8:11 p.m.  
Blogger Dulce M González ha dicho...

Hay viernes así. Lo bueno es que ya es domingo y mañana es lunes. Saludos.

12:44 a.m.  
Blogger La Maz ha dicho...

Toño y Blue butterfly, gracias!!!!

Dulce, es martes y ando como que en las mismas, pero poco a poco va siendo menos, un abrazote.

Microvida, yo tampoco...

10:50 p.m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Escribes muy bien, logras capturarnos para continuar hasta el final......

Saludos!!+

3:11 p.m.  

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