7.01.2005

clase privada

Tienes que reconocer que, a pesar de que hoy los brazos estén insoportables, fue una buena clase. Una clase privada y prolongada. Llegamos al mismo tiempo que el recepcionista/maestro sustituto al edificio. En el elevador comentamos sobre el calor y la hora y qué bonita mochila verde para guardar el tapete. Con mariposas, es nuevo. Subimos al cuarto piso. No había nadie en el estudio. La luz de las cuatro de la tarde bañaba la duela solitara y callada. Las plantas de la ventana parecía que nos estaban esperando. Todo estaba en silencio. Te senté en el tapete anaranjado, estabas limpio y recién depilado, olías a fresco. Te cerré los ojos y la boca (la boca debe estar cerrada para que la energía no se escape), empujé el aire contra tu garganta. El sonido del mar adentro de tí. Dijimos om tres veces. Después obedeciste a la voz y te pusiste en cuatro. On all fours, dijo la voz y yo te expliqué que eso significa de rodillas, con las manos sobre el tapete. Hace mucho que nadie que no fuera yo te ponía tanta atención. Yo sólo serví de traductora. Pasamos mucho tiempo con los brazos, enseñándote a empujarte con los brazos. Hay que mantenerlos cerca del cuerpo, crear espacio en las axilas, empujar con las palmas de las manos. Las rodillas bajan pero la cadera se queda arriba mientras el pecho alcanza también el suelo. Batallaste mucho. Querías bajar las caderas al mismo tiempo. Te explicamos que no. Usamos bloques para enseñarte todo lo que habías estado haciendo mal. Usamos dos para apoyar las yemas de los dedos cuando no alcanzan a llegar al suelo. Usamos uno entre las piernas para mantener los muslos activos. Después hubo correas que te ayudaron a mantenerte quieto. Hubo un momentito en el que tuve miedo. Un momentito en que el cerebro volvió a encenderse y me dí cuenta. Yo estaba sola, tú estabas sujeto y no había más que el de la voz. La luz era tan hermosa, todo tenía un brillo suave. Una hora y cuarto más tarde te deposité por fin sobre el tapete sin esfuerzo. Te volví a cerrar los ojos. Una música lejana te invadió. Te puso las manos en la cabeza. Entonces te abandoné. Dejé de explicarte, de darte instrucciones. Hay cosas que ya no recordabas. Qué se sienten unos dedos ajenos en la planta de los pies. ¿Cuándo fue la última vez? Después tomó la tensión que tenías enroscada en el cuello y la aventó lejos. Shavasana. Nunca durante tanto tiempo en la postura de la relajación. Esa en la que se practica la muerte. Te dejé quieto, sintiendo, disfrutando. Después te levanté y dí las gracias.

1 Comments:

Blogger Dulce M González ha dicho...

Qué rico...

12:42 a.m.  

Publicar un comentario

<< Home