tanta cosa
No es que no me haya ocurrido nada. No es que me haya ocurrido algo. Todavía no sé qué pasa. Estos días la comezón en los dedos no vino. No me siento triste, ni sola como en el tlacoyo de la última vez. Sé que estoy sola, pero sentirse sola es otra cosa. Tampoco fue eso. Fue como si por un par de días hubiera apagado los ojos. No los de ver, pero los de escribir. Cerré los ojos de escribir y me fui así, irresponsable, libremente por el mundo. Abandoné a los adjetivos junto con las blusas de mangas y me fui en tirantes, tonta y despreocupada allá afuera. Afuera, sin mirar adentro ni atrás. Llevaba el cuaderno siempre, es cierto, y la pluma, pero no los lentes de ver. Apunté un montón de cosas en él y hoy que lo miro, nada sirve. Una colección de eventos, de gente desconocida, de calles y paisajes. Tanta cosa. Escribo tanta cosa porque no quiero escribir que vino B y se fue B y parque y tango en el parque y La Maga hablándole a B en el metro y Lucía y Manuel y Julia en el tintero y qué derecho tienen de apropiarse de mi escape e invadir mi ciudad y las lunas de miel en la playa y ya no me importas y Bruce Willis con bigote en persona frente a mi departamento y un idiota junto a mí que como sola y qué delicioso elote por increíble que parezca y los exnovios no tienen derecho a exigir que uno haga lo que una quiera y los fuegos artificiales en la calle frente al río y los gentíos y el traje de baño en el parque y qué buenas las últimas cuarenta páginas en El Hombre Duplicado y serácuerpoamado que por fin estás componiéndote y las suegras fallidas que tienen fotos de una después de tanto tiempo y un hombre en la calle pidiendo una sonrisa y mis amigos de la prepa teniendo hijos por gusto y el sacerdote invitando a cantar America the beautiful y las lágrimas inexplicables en los ojos y las mugrosas bacterias en los cuerpos indefensos de los seres queridos y mi madre con sus premoniciones de tragedias estivales, y Batman en la madrugada y el metro a solas a las tres de la mañana, y comerse un yogurt a fuerzas y armar un picnic para una persona y cuidarle un maletín lleno de música a un desconocido que quiere ir al baño y diosquéhorroreslaprimeravezquecomprocomidadedietadrede, y qué fea se ve Broadway tan sucia un domingo a las cinco con este cielo de pesadilla y comerme por primera vez una sopa portuguesa en un parque desierto esperando que nunca llegues y acomodar los libros tres veces y comprar un manchego exquisito mientras se le quita la lluvia a la blusa empapada y haber dejado de acordarme y enamorarme de la posibilidad antes de darme cuenta de que sería peligroso y otra vez una pesadilla y tanta tanta cosa que no quiero escribir.
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