11.16.2004

Palomas, conejos y trapitos

Hace cuatro años lo sentábamos en la carreola mientras tecleábamos desesperadas las últimas páginas de los últimos trabajos en los últimos minutos de la noche. El día de la graduación lo vistieron muy mono y fue a a la fiesta y aplaudió y bailó y finalmente se quedó dormido. Su mami y sus tíos y tías postizos nos graduábamos de la licenciatura. Él y su papá se habían quedado muchas veces a leer cuentos mientras nosotras teníamos exámenes. Cómo pasa el tiempo. Tía, ¿cuándo vienes a ver una película conmigo? ¿cuándo vamos a McAllen con tu hermano? Imposible prometerle y no cumplirle. El fútbol, pintar y las piñatas sus ocupaciones principales. Mamá, mamáaaa, el mago está diciendo que va a regalar animalitos. Mira, nos dio su tarjeta para que lo invitemos a mi fiesta. Y se olvida por completo de los juegos y la merienda y se va corriendo a la primera fila. Hay una paloma. El mago no se ve que tenga muchos poderes. Parece, más bien, maestro de primaria sin control de grupo. Pum, pas, abracadabra, etcétera y se esfuma la paloma. Maaaammmmmáááááááá, ya no quiero la palomaa!! El mago la convirtió en un trapito azul, qué feo mamá, ya no lo invitamos a mi fiesta, yo no quiero un trapito, yo quería una paloma. Mago mentiroso, buu. Por un instante temor de que se organice una rebelión infantil contra el mago farsante. Afortunadamente no pasa a mayores, salvo por el hecho de que a alguien le arrancan una promesa: "Si meto un gol, me regalas un conejo, ¿sí?" Y sopas va y mete un gol en el siguiente partido de fútbol. Y entonces hay que olvidarse de las clases de maestría y dirigirse al centro comercial, porque hay que cumplir. Con la mini-hermana a rastras, madre e hijo se enamoran de una bolita blanca carísima (parece que crecen tanto tanto que luego uno se puede hacer un abrigote con él y eso lo incluye el precio), a la que por supuesto hay que comprarle todos los accesorios. De regreso en casa, explicarle a la dálmata de toda la vida que el conejo no se come, y a la hermana menor que la iguana no puede jugar con el conejo nunca y al papá que el rostro de felicidad de sus hijos no tiene precio y que para todo lo demás existe Mastercard. Diez horas más tarde, "Mamá, ¿por qué el conejo no se mueve y tiene siempre los ojos abiertos?" La inminencia de la hora de entrada al colegio distrae la atención mientras se resuelve el enigma del conejo. "Bueno mamá, me voy al colegio, pero te encargo que lleves a mi conejo a la tienda para que me lo arreglen, ¿sí?"
Y acaba una transportando cadáveres en la cajuela del auto.