11.09.2004

Salamba Sirsasana

Hacía dos semanas que no iba. No te había llevado cuerpo querido y te estaba haciendo falta. Las rodillas maltrechas, el moretón espectacular en la derecha, raspada la izquierda. El cansancio, como una camiseta arrugada y sucia. Así que fuimos. Nos sentamos en la penumbra y respiramos profundamente. POco a poco nos desperezamos, volvemos a sentir cada músculo. De pronto anuncian posturas invertidas. Yo no sé hacer eso. Esas cosas no son para mí. El cuerpo me ignora y empieza a hacerle caso a la voz de la maestra. Yo se lo permito. Me callo y lo dejo hacer. De repente estamos de cabeza. Las piernas rectas en el aire medio tambaleantes, es cierto, pero en el aire. Cierro los ojos. Siento la sangre bajar al cerebro. El oxígeno, el bienestar me inundan despacito. Qué delicia. La voz que dicta la postura se acerca y dice, perfecto, esto significa que no tienes miedo de visitar tu pasado. Y de pronto la gravedad se me olvida y el esfuerzo en los brazos. Ahora estoy lista para cualquier cosa.