10.14.2004

Musos matutinos

Los odio a todos. Me he despertado sólo para odiarlos mejor, para odiarlos más tiempo. Porque podía haber fingido cualquier cosa y no haberme presentado a trabajar. No lo hice. Las tres alarmas, programadas para sonar escalonadamente entre las 5:55 y las 6:10, no me dejan postergar mi despertar prematuro. Salto de la cama y me tropiezo con la silla del escritorio que por alguna razón está en donde no debe. Les callo la boca al celular, al despertador y a la señorita de Telmex que me habló para decirme que ya era hora. A oscuras entro al baño y entonces los recuerdo. Cómo los odio, me cae. A todos los cuatro que ahora seguro duermen plácidamente. No el sueño de los justos, por supuesto, porque todo esto me parece una injusticia. Los imagino a cada uno deliciosamente dormidos y me pongo a odiarlos con un afán telepático de que se despierten conmigo. Los muchachos del taller. Del post-taller de los miércoles que ayer me engatusaron con falsas promesas. Truhanes. Debí ser más lista. No. No voy a tomar la culpa yo. Los odio porque con la falsa promesa de que sólo sería la puntita de una borrachera, es decir una cerveza, me tienen aquí malhumorada porque no he dormido bien. Más bien, porque sólo he conseguido conciliar un parpadeo de tres horas anoche y ellos dormidotes. Todos tienen la mínima experiencia psicoanalítica requerida para explicarme que ellos no me han engañado. Que fui yo quien deseaba ser engañada. Que fue mi afán autodestructor el que me llevó a creerles que sólo sería un ratito. Que se jodan ellos y el psicoanálisis y todas esas chingaderas que se inventaron para que yo no pueda enojarme con los demás y luego encima de profundamente desvelada, me sienta culpable por andar odiándolos con ese coraje que sólo hay a las seis de la mañana. Encima se me sigue haciendo tarde, porque no contentos con la desvelación forzada, me han obligado a soltar la toalla y el arreglo matutitno para escribirles estas palabras de enojo desmañanado. Musos desconsiderados. Con sus rostros juguetones y sonrientes me aventaron un montón de palabras a la regadera mientras el agua y el jabón hacían lo imposible porque mi cuerpo despertara. Y me puse a escribir mentalmente mientras el cuerpo más cansado que este octubre existió en la comarca del Cerro de la Silla se resistía y cerraba los ojos y dolía en las piernas y decía que no no no no no quería ir a trabajar.

Señores, los odio. Que tengan ustedes -ustedes sí- buen día.