10.26.2004

Eugenia

Confusiones con las fechas y horarios del cine, problemas con el tráfico y las citas para ir a comer, celulares sin saldo. Total nunca nos organizamos. Finalmente G y yo quedamos de ir al cine el viernes tranquilito. Después de ir a las cosas del embellecimiento, pero en otra parte porque la pasante de psicología está en el hospital todavíá-no-sé-bien-por-qué, me llama G. Muerta de la risa empieza a explicarme no sé qué cosas. O sea que no vamos a ir al cine. Tiene un compromiso laboral y me quiere llevar. Al principio no sé bien. Luego mentero de qué se trata. Me arreglo rapidísimo. Me pongo la blusita esa de encajito blanco que tanto me gusta, los jeans, me hago chinos en el pelo (otro día más sobre los chinos). Quedamos de vernos en su casa. Siempre me pasan cosas raras cuando voy a su casa sin ella, y ahora además no traigo celular. Efectivamente. Me paso quince minutos tratando de llegar a su departamento, perdida en los elevadores y las torres. Guardia inofensivo enclenque se encoge de hombros y me abandona. Viene al rescate guarda chonchito e igual de inofensivo. Se sube conmigo al elevador y me muestra lo que yo ya sabía: por ahí no se llega al 903. Mhh. Se rasca la cabeza. Me explica que él es nuevo, quiere saber cómo demonios no sé yo a dónde me dirjo. Si sé, pero no me acuerdo de cómo llegar. Intentamos otro elevador, a ver si ahora sí. Se está tardando. Me invita a que nos subamos al elevador de servicio, el descarado, claro, si a usté no le importa, verdá. ¿Cuál es la diferencia? me intriga. Pos básicamente que no es de lujo, verdá, es ansí nomás sencillito. ¿Pero sube? Ah sí, y hasta más pronto llegamos porque ése sí está disponible. Mire usté, le digo y nos lanzamos a una aventura prohibida (los invitados no se pueden subir al de servicio) en el elevador de servicio. Por fin me deposita frente a la puerta correcta y se marcha. G ya está lista, monísima. Es viernes, las dos hemos trabajado mucho. Nos miramos y nos desplomamos en el sillón. A los dos segundos ya estamos desparramadas en el piso. No sabemos estarnos como la gente, bien sentadas y esas cosas. Fumamos como para animarnos a salir y enfrentar la noche y el cansancio. Nos vamos. Hacemos remarks sobre eso de que nuestros autos son una extensión de nuestras oficinas y nuestras casas y nuestros lockers. Un día no vamos a podernos subir al asiento del conductor, tan invadido por la rutina y la soledad va a estar. Ella también tiene cosas de gisnasio y papeles y ropa de tintorería y cajas y compras en su auto. Llegamos matadorsísimas y nos sentamos a tomar unas cervezas. G tiene que oír a un grupo que viene después del mein fichur de esta noche y la verdadera razón por la que he accedido a venir. Por fin aparece, vestido negro, pelo albortado, lentes para leer y una cascada de flores oaxaqueñas sobre el hombro. Qué cosa tan maravillosa. La acompaña un guitarrista pero lo cierto es que ella sola muy bien podría cantar lo que se le pegara la gana. Un regalazo su voz, La Bruja y Tatuaje y Fronteras y... No me quiero ir. G y yo nos quedamos calladas todo el tiempo, nos miramos con la complicidad silenciosa del éxtasis compartido. De cuando en cuando le damos unos sorbos a la cerveza y somos felices con la música.

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1 Comments:

Blogger Roberto ha dicho...

Hermoso!! y entonces las horas de viaje, los dias de ensayo, el trabajo, la discusion, la comida apurada valen la pena...cundo Tu pones esa sonrisa en los labios y disfrutas eso.... la musica

12:20 p.m.  

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