10.22.2004

Uniformados

En el mismo día, tres encuentros con uniformados.

1. Es que ayer cuando llegué a mi oficina me dí cuenta de que había olvidado un libro de pastas duras sobre la silla del salón en donde dí clases. ¿No lo habrán traído por acá? Blanco, chiquito. Moderato Cantabile. No, ya pregunté. Es que es de la biblioteca, fíjese, y necesitaba haberlo leído para ayer. Bueno, pues ahí se lo encargo, ¿no? Mientras toma mis datos el uniformado, me llama la atención un plástico magenta sobre un estante. Me gusta el color. Es una carpeta de esas como acordeón. Le paso un dedo, lo acaricio descuidadamente. Tiene un post-it amarillo pegado. Con dos dedos lo libero de ese estrecho espacio repleto de olvidos. No lo creo. Sobre el minúsculo cuadrito amarillo mi letra garrapatea algún pendiente igualmente olvidado. ¿Cómo llegó aquí? ¿Cuándo? El uniformado me mira. Èse estaba sobre un bote de basura, lo encontré yo mismo. Es mío. Qué cosas tan raras. ¿Desde cuándo? ¿En qué lugar? También me he olvidado de preguntar.

2. Hago un alto en la desviación. Breve, mucho calor. La mano encigarrada se tuesta con tal de no guardar el humo en el auto. "Le va a hacer daño" una voz desconocida mientras acelero. Me desconcierto mucho. Un oficial de tránsito con conciencia de la salud.

3. A veces se me olvida. A veces no me doy cuenta de que hay personas a las que no puedo levantarles la ceja, endurecerles la voz. Me devuelvo a la escuela, dejé algo en la oficina. Suena el celular. Me aproximo hablando por el aparatito con sólo las llaves en la mano. Hoy soy un par de jeans y una cola de caballo poco usual en mí. Me imagino que resulto sospechosa. Se me acerca un guardia que no he visto antes. ¿A dónde va usted? Le frunzo el ceño en voz alta. ¿Qué se le ofrece? Sin mi bolsa ni mis tacones me siento desprotegida. Aquí trabajo respondo con ese tono que no advierto sino hasta que es demasiado tarde y sigo mi camino. Cuando regreso ya con las debidas acreditaciones a cuestas -gises, borrador, bonche de tareas- me está esperando en el otro pasillo. ¿Y cuál es su nombre maestra? ¿Y qué clase da usted? Estoy a punto de fastidiarme otra vez cuando lo noto. Me extiende una mano temblorosa. Lo siento mucho, usted disculpará, no la había visto por aquí. Benjamín a sus órdenes. Me siento flusteriada. Por qué carajos se me olvidan tantas cosas.