3.12.2004

A veces me encanto. Anoche, por ejemplo, batallando para decidir si me enojo o no me enojo. Enojada ya conmigo por el dilema. Cansada. Me baño, me cambio mil veces. Falda, tacones. Pantalón de salir, blusa café delgadita. Media hora en decidir. Los tacones se quedan. La bufanda delgadita centroamericana releva al collar georgiano. La falda, la falda, la falda....El estacionamiento ni mandado a hacer. A veinte pasos del museo. El museo lleno, la gente por todas partes. Otra vez, una silla que me estaba esperando. La charla normal, bien. Saludar, felicitar, volver a prender el celular, salir y descubrir la lluvia y el hambre. Balancear tacones sobre el pavimento mojado. Uno, dos, uno, dos. Rebasar a cuarteto de coetáneos de mis padres que traen un cotorreo interesante. Cajero, gasolinera, por fin a la casa. No, hambre, cenar. Dos para llevar, por favor. Lluvia, hambre, frío, noche. Me bajo. Mejor ¿sabe qué? Me los como aquí. Así es como acaba una sola, vestida de museo en una esquina mojada comiendo hotdogs un jueves por la noche. A veces me encanto.
A veces pienso que soy la persona equivocada.