9.08.2010

concedido


Algunas tardes vuelvo del trabajo cuando todavía hay un poco de sol entre las nubes. A esa hora el sol ya no me cae en los hombros ni en la nariz. Sólo lo miro pintando las montañas de maneras cursis y caprichosas. Me subo a la bicicleta, pedaleo un rato. Otros días, vuelvo del trabajo y se ha hecho de noche. Entonces me calzo unas alpargatas, o unas ojotas y me pongo a preparar la cena. Y sucede alguna vez, que todavía con el vestido que me he puesto para ir a trabajar, me percato de que hace falta, digamos, refresco para cenar. El portón tiene candado y el auto está encerrado. Así que sin pensarlo dos veces busco la bolsa ecológica y desempolvo un par de envases de vidrio y me monto en la bici. Con vestido y todo. Pedaleo mientras las botellas hacen clink clink clink entre sí y el viento de las ocho de la noche se sorprende de lo aerodinámico que resulta este vestido. Y cuando estoy de regreso me doy cuenta que no es rojo, pero de alguna forma, es un deseo semi-concedido.

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