7.22.2010

bicicleta

La bici, parece, es una forma de apropiarse del vecindario. Gracias a ella me entero de que el policía de barrio pasó 40 minutos hoy en el cibercafé chateando mientras la patrulla estaba en doble fila y con las intermitentes puestas. Una hora anduve dando vueltas. Una hora para descubrir árboles y banquetas y letreros. Sí, hay un letrero en una casa vieja que dice: En esta casa estamos cansados del hambre, la pobreza, la guerra y la intolerancia. Dos veces pasé por ahí. Para tomar nota fiel del hartazgo de mis, supongo, vecinos. Tres tienditas conté. Eso y los parques que siguen siendo el refugio de los amores vagabundos, de las alianzas ilegales y homeless que se encuentran bajo árboles cincuentenarios a besarse y platicarse cosas en secreto. Algunos en las bancas. Casi todos en los coches. Qué triste, pienso mientras pedaleo, eso de andar besuquéandose y diciéndose palabras al oído con una palanca de cambios de por medio. Saber que a las 8 y dieciséis hay que encender el auto otra vez y marcharse porque hay que llegar. Y yo que no tengo que ir a ninguna parte y que sigo y sigo con la esperanza de que se me cansen las piernas y el cerebro y los ojos de tanto ver y tanto andar y tanto tanto desear.

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