4.06.2008

girlie

Hace algunas semanas sentenció: La próxima vez que te vea, vamos a comprarte un vestido. Desobedecí y ahora es mío. Un camisero poliéster/algodón estampado en blanco y negro. This is my dress season. Por alguna razón un vestido es mucho más que eso. Un state of mind. Implica ciertas cosas: los tacones con moñito al frente y pulsera en el tobillo, el anacrónico fondo, los accesorios bicromáticos. Llevar el cuerpo de una cierta forma. Tal vez por eso el empeño (el capricho, dicen) en comprarme otro, el tercero del año. Una queda obligada a conducirse como mujer. A pararse de una cierta forma frente al pizarrón y a llevar la cartera así y a cruzar la pierna asá. Sentirme otra. Jugar a ser otra, una que tiene zapatos con tacón de paja y un dangling bracelet que brilla cuando uso las manos para hablar. Una bobería. Y entonces se me ocurre que este es un sueño que se ha cumplido. Un deseo. De otro color y otra época pero, no sé, poder. Saber que a veces la ciudad y la posibilidad son dos cosas diferentes y estar contenta con eso.