8.26.2005

no

¿Cuántas veces puede decirse que no, me pregunto mientras salgo en shorts y chanclas a los últimos soles del verano? (Aquí el verano dura sólo los días que marca la ley, estamos en el primer mundo). Me tomé un jugo de naranja y me salí a la banqueta, de verdad me siento como en mi casa. Todo me parece familiar mientras rumio en el no. En las posibilidades numéricas del no. No es no, decía mi mamá. Ya veremos era el no de mi papá. Después, un novio empleaba un ya veremos en sentido literal y yo me frustraba. Just say no decía el perro ese vestido de detective en la tele gringa. ¿Cuántas veces podemos decir no? No a las drogas, no al vendedor de telemarketing, no al pordiosero en la calle, no no no. Quiero decir, cuántas veces puede uno decirse no a sí mismo. Cinco veces no a fumar, a veces pasa una semana entera, no voy a encender el cigarro y luego, el humo en los pulmones, qué bien. No más CSI hasta que acabe el paper. Media página después, me ocupo de las epiteliales ajenas y ficticias en lugar de tener las mías que se caen por todas partes, ocupadas en teclear. Yogurt el viernes, yogurt el sábado, yogurt el domingo. Tres nos consecutivos al bagel hasta que se impone el reino de la harina y el queso en el plato de mi desayunod. No mover mucho la mano, no mojarla a cada rato, no traerla destapada en la calle. Una semana y medio de no a la mano quemada. Para cuando volteo anda la mano feliz de la vida moviendo tazas de agua hirviente y preparando gelatina y lavando los platos y libre de gasas y vendajes. No a gastar, a cargar más cosas en la tarjeta de crédito. Hasta que se nos atraviesan las ofertas del fin de temporada con cara de inminentes chaquetas de gamuza y cómodos zapatos de asistente de docencia y monísimas blusas de bordados tropicales. No a besar sin verdadero amor, sin las mariposas en la panza, sin al menos un cachito desperanza en el futuro. No descansar el deseo en cachitos de piel ajenos e indiferentes. No ir esta vez al cine, no vaya a ser que piense que. No llamar, no decir, no contarle. ¿Cuántas veces me he dicho este no? ¿Puede uno extender esa promesa de no volver a cruzar una palabra con alguien hasta el infinito?

No, me parece que no se puede.