5.28.2004

La odio, la odio, la odio.

La odio todas las mañanas y todas las noches. La odio porque me amarga el día cuando empieza y cuando se acaba. La odio casi desde el día que la conocí. Recuerdo bien ese día nada lejano. Fue en marzo, por la tarde. Finita, finita, calladita y sin chiste. Pero cómo a venido a joderme la existencia. A decirme que ya no soy la de antes, la de siempre. Que tal vez pronto dejaré de serlo. Por las mañanas, por ejemplo, cuando despierto pensando que sigo siendo yo, que las sábanas son compartidas y que el día y la vida me sonríen, me topo con ella. No sé cómo hace para aparecerse siempre, si es tan insignificante. Pero lo hace y entonces, mientras me lavo los dientes me acuerdo de que no puedo evitarla ¡La odio tanto! Me doy cuenta de que me acompañará siempre. Tal vez no ella en particular, pero otras como ella. Habrá otras, eso es segurísimo. No sé si será pronto o si tardará más tiempo, pero llegarán. Quisiera pensar que lo harán una por una, y discretamente, así como llegó esta primera odiada a mi vida. Pero lo ignoro totalmente, eso sólo puede decirlo el tiempo. Ah, el tiempo. A veces me consuelo mirando el cuerpo, el rostro. Recordándome que son jóvenes y bellos y que todavía tendrán otras oportunidades, pero sigue estando ella allí, impasible, invicta. ¿Por que lo permito? ¿Por qué dejarla que me humille de esa manera? Tal vez debería ser diferente, tal vez debería de...Ya no sé, estoy cansada, me rindo.

Me imagino que con ella, la primera cana, vendrá también la resignación del inevitable paso del horrible tiempo.