4.05.2004

Hace un año, más o menos, regresé de Sudáfrica. Hace un año, más o menos, que empecé a ser esta de ahorita. ¿Tan poco? Nunca terminé de escribir todo lo de Sudáfrica. ¿Por dónde empezar? Me fui como huyendo un poco, también, como con la esperanza de poner muchas cosas en perspectiva. Pero me fui contenta, ilusionada. Con la certeza de que todo estaba saliendo mejor de lo que nunca hubiera pensado. Volé sola. Monterrey-Houston-Atlanta. Dormí en Atlanta. Llegué quién sabe cómo al hotelito ese triste. Me chuté todo el instructivo de la cámara que no sabía cómo usar. Ví Felicity. Pedí una pizza, me la comí todísima, bien sur. Me dormí, me levanté temprano, puse ropa cómoda. Desayuné en medio de un montón de viejitos que veían en la tele las imágenes de la guerra. Se sentía eso en el ambiente. Ahora, en retrospectiva, me doy cuenta de que era un tiempo difícil, que la gente se sentía todavía incrédula de lo que pasaba, asustada de lo que podía pasar. Mucha espera en el aeropuerto. Luego, una mujer de edad avanzada en la sala de espera de mi vuelo. Sudafricana, explicándome por qué había que apoyar a George Bush. Enojada con su gobierno que no se había pronunciado tan enérgicamente como ella quisiera. Oh boy. El vuelo, larguísimo.