11.14.2003

Qué día tan raro. Llegué vomitando a mi casa. Tres, cuatro planes de inicio de fin de semana frustrados. A veces los pretextos no pueden ser más bienvenidos. Porque a final de cuentas, este malestar sirve de pretexto para el siguiente texto que todavía ignoro a dónde nos va a llevar. Todo el día en general, ha estado lleno de palabras. Tempranísimo, las palabras mudas que me digo antes de abordar el mundo, las que le digo al de arriba, para que me ayude a abordar el mundo sin tanto sobresalto. Luego, las palabras del saludo y la autoridad para mis hijos postizos que más bien podrían ser mis hermanos menores. Después, las palabras cortas y personalizadas a cada uno, junto a los números de su desempeño este mes. Te sobró uno, Rubén, te felicito. ¿Qué pasó Adriana? Te descuidaste, Raziel. Todavía la libras, Gustavo. Bravo Florencia. Apúrate Luis. Vas raspando Yvonne. Ya lo sumamos dos veces, Salvador. No Gaby, sin justificante no. ¿Ya viste que sí podías Hernán? Me está dando hambre, pero no sé si sea buena idea comer dadas las circunstancias. Quiero sushi. En la oficina, las palabras de la eficiencia y la cordialidad con los superiores, de la información y las relaciones públicas. Al guardia, las de la explicación del olvido de las llaves y las de la gratitud por abrir la puerta. Las palabras de la disculpa por no ir a gastar la quincena con los cohabitantes de la sala de cubículos al Carl's. Palabras par tout et pour tous. Palabras voladoras, cansadas, amistosas, cautelosas. Ya casi al final de la jornada, palabras tropezosas para Philipp. Palabras de la crítica a su artículo, de la inteligencia y la teoría política. Palabras que se avientan primero al aire, en desorden y luego son recogidas por ademanes y trazos en papel para acomodarlas mejor, para que se entiendan mejor. Palabras en lengua vehicular porque yo no sé decir más que Prost y Fünf y Bildungsroman y Berliner y Kampf y por supesto Bildschön, pero ninguna era pertinente. Porque el tema era un peiper y jau to tink politics in globalaiseichon. Pero bueno. Pero esas palabras eran todas de relleno. Porque en realidad no me importaban tanto. Porque necesitaba estas de pretexto para ver si pueden, otra vez, engendrar el milagro ese de producir otras que no salen de mis dedos. ¡Qué poderosas pueden ser un par de palabras bien acomodadas, bien pensadas, bien puestas en su sitio! Pueden traer sosiego y crear deseos y dar besos y jugar bromas. Pueden empañar ojos para luego darles brillo. Pueden, me he dado cuenta dar un aliento tibio y cerca junto al cuello. Qué bueno que llegué indispuesta.