11.27.2011

Norton 2008


Te rehúsas a escribir porque sabes, adivinas que no será nada bueno.
 Entonces te buscas mil pretextos.
 El cuerpo, el tiempo, el maldito, horrendo, estúpido trabajo.

Sabes que vas a recordar siempre la baldosa que pisabas a setenta metros del bosque (hay un bosque aquí) cuando supiste que tu cuerpo había dejado de pertenecerte. Tu cuerpo, lo piensas treintaydos veces después, en el taxi, en la combi, mientras escuchas tronar la rodilla sobre la bicicleta, ha dejado de ser tuyo. Tu querido cuerpo ya no es sólo rebelde o ajeno o traidor. Estos días, ese, ese día, lo supiste sin que nadie te lo diga. Posaste el pie izquierdo en la baldosa y la palabra te cayó sobre un hombro. Invadida. La coyuntura clavicular izquierda, adolorida todas las mañanas. La rodilla desviada milimétricamente cada vez que tienes que moverla. La piel cansada. Y la certeza de que expiró tu contrato. De que estás en él - en el que hasta hoy habitaste en calidad de propietaria- como en un cuarto de hotel dos horas después del check out. Temes que en cualquier momento vengan a tocarte la puerta para decirte que debes desalojarlo.

Nunca te habías equivocado tanto en la vida.

Intentas ser normal. Un día usas tacón alto. Al siguiente tenis. Te disfrazas. Te pintas los labios de rojo por primera vez en quince años. Respondes emails. Los borras. Los vuelves a escribir. Pagas la luz. Te gastas el sueldo sin saber en qué. Sonríes en un cóctel oficial con gente que se interesa por lo que vas a decir. Y, como por diversión, mejor te quedas callada. Para eso tienes las uñas pintadas.

Tal vez hayas vuelto a ser sonámbula. No hay manera de saberlo. Con esta alfombra no va a despertarte el frío asombro de los dedos sobre un piso frío.
Excepto que un día, abres los ojos y junto al taladro en tus oídos, tienes un par de guitarras en los ojos.

El estúpido trabajo, sólo porque sientes que te ha puesto una pajita en la espalda, un popote en el espinazo. Y que te ha chupado toda la energía. Tu cerebro sabe que tal vez sea bueno para el futuro. Pero al resto de ti no siempre le importa. Al resto de ti le parece que no debería írsete la vida en esto. Quieres ver más de este país. Quieres tu sofá negro, el dinerito en la cartera, volver a tener dos docenas de subordinados.

Hay días que quieres a tu mamá más de la cuenta. Quieres pedirle que venga, que te abrace. Que te pida que regreses. Que te obligue a volver. Sólo para que, con el pedido, te obligue a ser firme y explicarle por qué es necesario que te quedes.

Porque vas a quedarte. Aunque por ahora no te guste.