11.30.2008

Lima

En la última esquina del año, vengo a darme cuenta de que Lima ha venido a ocupar una parte importante de mi dosmilocho. Poco a poco dejé de repasar, nostálgica, los pasos perdidos de Prince Street y aventuré tenis y tacones por Santa Cruz, Arequipa, Conquistadores, Comandante Espinar. Negociando tarifas con taxistas coquetos (¡¿cuatro soles?! si está aquí nomás!) y comiendo un sanguche de chicharrón tras otro (ya de Tanta, ya de Glotons).

Lima, pienso hoy al beber un insospechado café sabatino (prohibido tomar café si no es para trabajar), se ha portado como uno novio galante. Esos que te regalan flores cada tercer día y te hacen reír susurrándote tonterías al oído. Me gusta Lima un montón. Su cielo en mute, la risa fácil de sus habitantes, su gente ya y normal y sí pues, mostro. Lima y sus cusqueñas bien heladas y ceviches que no deben comerse luego de cierta hora. Miraflores y San Isidro, criollos, oligárquicos y chismosos. Qué bien me sienta Perú, me cae.

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