6.24.2008

garúa y lúcuma

Es la garúa de junio, le anuncio a mi jefe mientras salimos a lo que debe ser la esquina más ruidosa de esta capital. Anoche tuve problemas para dormir. ¿La qué? Garúa y repito saboreando la palabra. Yum. Garúa. El cielo de esta ciudad está como en mute. Pausado indefinidamente. Todavía no encuentro bien cómo explicarlo, pero lo haré. Me gusta mucho esta ciudad. Me divierte un poco la seriedad con que se toman el invierno, las bufandas prematuras, las botas. Cuando viajo se me nota más lo del café. Algo en el ojo derecho que no termina de acomodarse. Como si la piel no se ajustara por completo a la órbita hasta que me tomo el café. Como que tuviera puesta la máscara al revés y el cerebro en stand by. Muy loco. No me siento extraña. Estoy lejos pero siento que ya llegué. Me muevo con autoridad, como si siempre.

Tomamos un taxi. La chica que me acompaña en el asiento trasero tampoco es de aquí. Me pregunta si aquí se consigue chirimoya. Supongo que sí, le digo, pero no sé. ¿Has probado la lúcuma? ¿Qué es eso? Cuando debo explicarle me doy cuenta de que me he metido en un problema. Salvo por aquella vez en febrero, caminando del brazo de un chico en el parque Kennedy, no sé más nada de esta fruta que a los peruanos tanto les enorgullece. Es como un soft spot de su conciencia cultural. El happy place de su folklore. Es como el mamey, le digo. Y sabe bien dulce. El taxista, un anciano hermoso voltea a mirarme sin dejar de manejar. No chula, la lúcuma es una cosa muy diferente. Y nos explica mientras conduce de memoria que la suavidad y la pepa al centro (pepa, pepa, digo para adentro con acento oscuro y brilloso) y el sabor, qué sabor. Ahora que lleguemos a la esquina agarramos un frutero y le compramos una, mi niña. Y se nos atraviesa el destino y nos tenemos que bajar. A la entrada un guardia me pide mi nombre (en Lima no se puede traspasar ninguna puerta sin decir uno su nombre) y no sé por qué miro a la calle. Mi taxista está ahí, parado junto al auto, esperando a que entre. Nos miramos. Fugazmente se me ocurre marcharme con él a comer frutas a la esquina y dejar plantada mi reunión. Le brillan los ojos, como la pepa de la lúcuma, y eso que el cielo está nublado. Nos despedimos.

Etiquetas:

1 Comments:

Anonymous Anónimo ha dicho...

.
lamaz, que bueno volver a leerte después de meses, veo que muchas cosas han cambiado, excepto que, como siempre, cada día escribes mejor

bss
:

7:19 p.m.  

Publicar un comentario

<< Home