4.23.2005

fresas, gerberas y compay

Es delicioso, estirarse un rato en la cama cuando afuera está nublado. Escuchar los ruidos de la gente sobre la acera mojada y revolverse sobre las sábanas frescas. Cerrar los ojos en una sonrisa de sábado aflojerado. Anoche vino Compay y hubo cervezas. Estuvo también Omara Portuondo, con su voz de flores en la madrugada. Me dieron ganas de estar en otro lado. Anoche, con las voces cubanas en un teatro parisino, tuve ganas de esa patria que los paisanos siempre invocan. Tuve ganas de una mecedora, de un porche, de una cantina de paredes azules y blancas. Después fue hora de dormir, de buscar cualquier cosa y tirarla sobre el cuerpo contento. Uno despierta cuando ya casi es la mitad del día con hambre. Con una urgencia inexplicable de hotcakes y de hashbrowns. Uno convoca y comparte, pero no importa. No importa si nadie más quiere venir, faltaba más. Busco los pantalones rotos y arrugados de ayer, les encuentro zapatos, una blusa de dos colores, como de beisbolista, con las mangas rojas y el resto blanco. Abandono a propósito el celular, me traigo a Marguerite, que tiene una historia que contarme. Marguerite que va a contarme de Lol Stein, del abandono que sufrió esta mujer. Del amante que se marcha una noche sin más, del hombre que se larga con una mujer mayor a otro país. Sólo son tres cuadras, llego pronto y no hay más que una pareja en un booth al fondo. Titubeo entre una mesa y la barra. Tienen una barra de mármol con banquitos rojos de esos que dan vueltas, como en la cafetería esa que había en la farmacia de la frontera a la que íbamos cuando yo era niña. La barra es muy pequeña y la mesera y la otra chica están conversando. No voy a poder leer. Me siento de espaldas a la calle y ordeno un jugo. Una chica idéntica a la primera novia de mi primer novio me ofrece la carta. Es muy guapa, pienso mientras le digo que no quiero la carta. Ahí no vienen los pancakes y yo quiero pancakes. Pancakes y hashbrown. Con fresa y wasabi, respectivamente. Me gustaría un café, pero mejor no. Me pierdo en las calles de esa pequeña ciudad en donde Lol Valerie Stein sufrió un abandono inexplicable y de pronto los pancakes ya no importan. Los pancakes se deshacen en la lengua mientras las rodajas de fresa aguardan la muerte dulce de la mordida lenta. El jugo está pasado. Alguien puso una botella de vidrio llena de agua sobre la fórmica antigua, junto a un vaso pequeñito. La música es como me gusta, viejita, el volumen adecuado. Ahora hay más gente, pero no hay ruido. Camino por las calles de South Thala y me desaparezco de este aquí y ahora hasta que es hora de marcharme, hasta que ponen la cuenta frente a mí. Marguerite y yo nos detenemos frente a la iglesia y miramos las flores. Las lilas son hermosas, quiero unas lilas. También son muy caras. Elijo una, dos, tres gerberas. Se supone que debe ser en números impares, eso dicen las reglas. No me importan las reglas, quiero cuatro. Tomo cuatro, tomo también un Toblerone y un jugo de naranja. Ya no tenemos jugo de naranja y el de hace un momento estaba pasado. Hay mucha gente caminando en la calle. No me he bañado, es sábado.