4.22.2005

Fotografía

Hoy pensé que vería a Tabucchi. Leí en alguna parte que hoy a mediodía estaría en la librería denfrente, leyendo con otros autores. De Tabucchi sólo conozco Sostiene Pereira, lo leí hace mucho, pero lo leí dos veces seguidas. Por alguna razón me causó una impresión muy fuerte. Esta mañana después de la mermelada de chabacano me metí a bañar y me puse el último pantalón de mezclilla limpio. Está roto por todas partes y debo confesar que sentí un poco de pena. No me da pena ponérmelo en otras ocasiones, pero hoy, hoy quería ver a Tabucchi. Elegí una blusa primaveral amarilla de pespuntes rosas. De esas que pueden arremangarse con un listoncito y un botón escondidos por adentro de la manga. Seguro tiene un nombre, un nombre como ojal o pretina o alguna cosa parecida. Llegué tarde y me senté atrás, tomé un programa que estaba sobre la silla. De Tabucchi ni la T. Eran, en su lugar, un español que ya había leído cuando llegué, una gringa que además fungía de maestra de ceremonias, un suizo de barba y un alemán de impecable inglés angelino. Me quedé porque me interesó y porque ya estaba ahí de todas formas. Siento deseos de llamar a Cuitláhuac y preguntarle por estos autores. Están vivos y son relativamente jóvenes. Me limito a escucharlos y a imaginar que diría Cuitláhuac de ellos. Junto al alemán que está leyendo ahorita hay un hombre de barba que me gusta. Se parece mucho a la imagen que tengo de Oliveira. Horacio Oliveira, el de Rayuela. Esta última oración me parece absurda. Como si hubiera de pronto la necesidad de ampliar. El espacio es pequeño. El alemán está leyendo un cuento que habla de la primera vez que vivió en LA. Lo escucho mientras miro a Oliveira y me acomodo en la silla de plástico. Adivino que la mujer de enfrente con la blusa de hojas verdes es asiática. Después lee la maestra de ceremonias. Es sobre una mujer y su amante y él le está quitando las plumas que por las mañanas le salen, ella a veces es un pato. Después me pierdo. Me doy cuenta que me puse el mood ring que anoche trajo mi roommate a la casa. Tiene un color entre café y negro. Hace mucho que no uso anillos y megusta mi mano izquierda con anillo, aunque un poco apretado. La regla acá es que cada autor lee 250 palabras en su idioma natal y después lee 15 minutos en inglés. Presentan al último autor del día. No hay un panel ni un podio ni nada. Están sentados entre los lectores, es una mini cafetería que no termina de gustarme. Todo es muy nuevo, muy artificial. No es feo pero. Oliveira empieza a leer en algo que parece alemán, cómo saberlo. Indica que es sobre una mujer llamada Katrina que vive en Noruega. Lo miro como si pudiera entender lo que dice. Después termina y alguien más lee el fragmento en inglés, él no quiere/puede/sabe. Katrina trabaja en la aduana de la frontera con Rusia. No sabía que hubiera una frontera de Noruega con Rusia, qué vergüenza. Terminan y todo el mundo empieza a marcharse. Me quedo mirujeando un poco los libros. Las portadas son deliciosas, pero los nombres ni los títulos me dicen nada. No me gustan los extractos de reseñas dizque famosas. La revista Elle no me parece autoridad suficiente para recomendar una novela, no sé. Estoy a punto de irme cuando recuerdo que nunca he bajado al sótano. Ignoro qué tipo de libros habrá allá abajo. Están las ofertas. Están también los libros en español. Carson McCullers en 5 dólares. No sé quién elige los libros en español que venden, ni el criterio ni nada. No he leído El Hombre Duplicado, tal vez, y lo retiro del estante. Hasta al fondo están los libros de "literatura". Agrupados por región. Me asomo a LatinoAmérica. El único mexicano es Carlos Fuentes. Mucho mucho Carlos Fuentes. Reinaldo Arenas, Roberto Bolaño, Cortázar. Está Cortázar. Instintivamente tomo un libro con una portada horrible titulado Hopscotch. La mujer de la fotografía de ninguna manera podría ser. Es absurdo. Estoy en cuclillas buscando el capítulo 68. Excuse me, excuse me. Subo los ojos hasta un hombre de barba que me pide que les tome una fotografía a él y su amigo que se acaban de conocer. Es que, y me empieza a explicar que se acaban de conocer y que su amigo es de otro país. Of course, lo interrumpo. Es catalán, yo estuve en su lectura la semana pasada. Aturdida todavía me levanto del suelo y balanceo llaves y libros y celular. No traje bolsa. Me explica de la cámara, de la fotografía. Le pregunto que si quiere que además de los libros de fondo quiere que aparezca también el rótulo de arriba que lee Essay and Criticism y me río. Sólo el catalán me entiende y también se ríe. Se parece un poco a mi antiguo jefe y me cae bien. Me cae bien porque su cuento empezaba "Hay un nombre llamado..." y por alguna razón me gustó la primera línea de su cuento. Empiezo a construir una historia sobre la razón que hay detrás de esta foto. Me esfuerzo por entender todo lo que sucede. Nos alcanzan Oliveira y una mujer bien vestida. El de la cámara me presenta a Oliveira con su verdadero nombre y a su publicista. Todos se estrechan amablemente las manos y me miran. Yo sólo estaba tomándoles una foto. La publicista lleva un collar de perlas y un conjunto en café y rojo. Yo tengo los pantalones rotos y un anillo hipioso en el anular izquierdo. Mis libros y mis llaves están sobre una mesita. Somos los únicos en el sótano. No entiendo qué hago aquí, qué hace Oliveira aquí. Procedo a tomar las fotografías mientras los que acaban de llegar nos miran silenciosamente. Me gustaría contarle esto a alguien porque me parece todo muy bizarro. Me preguntan mi nombre con la esperanza de saber quién soy. Se los digo y me siento tonta. Les explico que vivo en el edificio de enfrente, que yo sólo soy una lectora. Tú eres la importante dicen, y se ríen. Si supieran que no los he leído nunca tal vez no se reirían. Quiero decir cosas, explicarme, quedarme ahí. No puedo, me disculpo y me marcho. Me vuelvo a acomodar en el suelo frente a este libro extraño de portada amarilla, localizo otra vez el capítulo 68. No me interesa. Good bye, una figura vestida de verde y negro pasa junto a mí. Horacio. Good bye, lo miro seguir a la publicista como si ella sujetara una correa invisible que lo estira. Se detiene cuando digo Congratulations. Nos miramos otro poquito y se sonríe. Hoy conocí a Oliveira, me regreso corriendo a mi casa, cruzo la calle emocionada y abro la puerta y la otra puerta y enciendo la computadora y mientras empiezo a teclear mentalmente miro mi mano izquierda. Mi mood ring ahora es celeste.

1 Comments:

Blogger Jody Dito ha dicho...

Jo, que cosas!!...de esta forma se empieza una novela, ¿lo sabias?

De repente, una situación, enseguida algo impropio, "no más" algo raro.....y así, así empieza una novela, ¿lo sabias?

Perdon por la intromisión.

9:46 a.m.  

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