Todo el invierno anduviste diciendo que no hacía frío en este país. Hasta que hizo. Estos días toses, te frotas los dedos, aprietas los dientes. Te pones medias igual. Las compras en el supermercado. Las farmacias de este país no se ocupan de mercancías tan frívolas. Te observas las pantorrillas después de bañarte. Es posible mirar una indicación del músculo aquí y una formación del hueso acá. En el ascensor el espejo te devuelve un par de ojos estupefactos. Los pómulos recién estrenados. No sabes quién es esa mujer. La chica que se esforzó siempre por tener respuestas. La muchacha autosuficiente. La profesionista capaz. Ahora no. Tienes sueño. Hambre. Cuentas moneditas. Evitas mirar tu estado de cuenta. Te preocupas de hacer las preguntas necesarias. A ti que nunca pisaste el terreno de la ignorancia. Que te encontrabas del otro lado del signo de interrogación. Que, dice la leyenda, te enseñaste sola a leer por aburrimiento. Y justo cuando quisieras que alguien te tome la mano y te enseñe a trazar una línea, a deletrear una sílaba. No hay nadie. Te compras una minifalda. El reloj hace tic toc. Pronto deberás olvidarte de ellas.
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