7.23.2011

compañía

Poco a poco vas encontrando un espacio. Un lugar para compartir.
Un escritorio y una mesa. Una puerta abierta entre los dos.
Un estudio y una cocina.
Tres pantallas, dos teclados, un cuaderno, algunos lápices.
Tres horas al caer la noche con música y miraditas entre una palabra y una línea.
De vez en cuando, rellenar un vaso, vaciar un cenicero.
Cuando la jornada va a terminar, alguno anuncia: diez minutos, quince.
Dos segundos.
Luego la impresora interrumpe la música.
Para mirar el trabajo, la obra, el deber hay que ponerse de pie.
Ajustar un color, replantear una frase.

Y después se rompe una taza.
Y después calabaza, calabaza.
Cada quien tiene su casa.