2.06.2010

tequila

El tequila no se congela. ¿Lo sabías? Claro que lo sabías. Por alguna muy extraña razón empezaste a tomar tequila cuando viviste en el ombligo del mundo. Esas cosas de la distancia y la nostalgia, y tener un pedacito de México en una esquinita del refri y también, mostrarle a tus quereres newyorkinos, con acento falso, un buen tequila mexicano, no esas chingaderas hechas para el mercado de afuera. El tequila no se congela, pero la vida sí. Y de pronto es el dos mil diez y no sabes cómo demonios llegaste aquí. A esta vida de pantallas y papeles y promedios y paraguas. Y palabras. No hay mucho más. Pero no te habías dado cuenta. Hasta que, en una de esas raras ventanas de oportunidad, había que mostrar quién eras. Y de qué estás hecha. Pero no. En lugar de eso fuiste torpe y vacía y callada. Una bonita caja sin nada. Tal vez ni siquiera tan bonita. Atractiva, fina en los bordes. Pero sin nada adentro, o eso pareció. Con mucho espacio ocioso. Sin una ciudad para mostrar, un cuerpo torpe, una mano ansiosa. El tequila no se congela. Tú sí. Es posible que no sea casualidad que quienes más te quieren sean los que te conocieron antes. Que te quedaste atorada en otra parte, otra ciudad, otro sueño. Y que de pronto tengas que ponerte las pilas y agregar otro tipo de cosas a tu currículum, tu mapa, tus rutas, tus afectos, tus intereses. Porque ellos, a diferencia del tequila, sí se congelan.