8.31.2008

cívica



Ayer fui a la marcha. Habíamos mucha gente. Mucha gente que tiene miedo, que está cansada, que quiere que las cosas cambien. Que queremos recuperar el país. Que estamos hartos. No sé si sirva de algo. No sé si alguien vaya a cambiar el rumbo, si a alguno le entre vergüenza no estar haciendo su trabajo. Pero no podía quedarme en mi casa. No con toda la rabia que tengo, no con la impotencia de saber que en mis manos no está Monterrey. Así que buscamos unas t-shirts blancas y rescatamos dos veladoras del stash de emergencias y nos fuimos mi hermanuel y yo.

Eran ríos de gente. Gente de toda. Familias y parejas y señores y niños y viejitos. Gente que esperaba que no lloviera pero que tampoco le hubiera importado. Gente que conforme empezaba a caminar, respiraba diferente. Cuando íbamos a pasar bajo la explanada de los héroes entonces nos dimos cuenta de que éramos muchísimos. Tantos. Algunos se dispersaban antes de llegar a Washington. Faltaba un poco de guía, de dirección. Había tramos donde algunos aplaudían, en otros respetaban al pie de la letra lo de la marcha silenciosa.

No sé qué estaba esperando, pero una vez enfrente del palacio, había cierta electricidad...Hasta que tomaron el micrófono y dijeron cualquier cosa. No había que pedir tres horas diarias de la agenda del gobernador (¡veinticuatro! gritó una señora atrás de mí). No había que solicitar la oralidad para los juicios penales (a mí nadie me dijo que para eso iba). No había más que decir lo que todos queríamos gritar: Ya no. Ya basta. No queremos inseguridad, violencia, secuestros. Fuera los corruptos, los incapaces, los apáticos. Fuera. Fuera. Fuera. Ya no. Ya basta. Hacía falta que alguien dijera eso en lo que sí estábamos todos de acuerdo.

Cuando cantamos el himno estábamos todos de acuerdo.

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