8.27.2008

homeless

Ayer por la mañana (de ayer, sólo la mañana), luego del cereal con poquita leche y de putear porque todavía no ponían el sanitario, salí al trabajo. Del otro lado de la calle, una figura me llama la atención. Un hombre casi desnudo, con el pelo sucio y revuelto. Un hombre joven de cuerpo huesudo y barba crecida. Del color que tiene la grasa pegada en el asfalto de las gasolineras. Me mira y el blanco de sus ojos me estremece del sopor matutino. Quiero darme la media vuelta y entrar al departamento, pero es demasiado tarde, está cruzando la calle. Luego advierto a las vecinas, una de ellas con la escoba en posición de ataque. La otra en actitud similar, desde su encortinada ventana. Me avergüenza saberme un poco como ellas. El hombre ya está sobre mi banqueta y ha dejado de mirarme. Toma la tapa del bote de basura. Se asoma. Me avergüenzo mucho. No hay nada ahí para que tome. Nada digno. Se me encoge el corazón de pensar a un ser humano buscando en mi basura.

Así, así las cosas.