12.01.2013

pasajera

Estos días se me van en taxis. El dinero también. Doce soles al centro. Quince de regeso. Diecisiete soles para aquí, catorce para allá. Y lo único que puedo hacer en el camino es pintarme la boquita una y otra vez y obligarme a hacer llamadas por teléfono. Nunca aprendí a leer en movimiento sin enfermarme. Ahora, algunas veces, leer me enferma también cuando no estoy en movimiento. Me compro novelas, revistas, poemarios, manuales en Kindle. Intento rescatar una palabra o dos, perderme en los párrafos mientras espero mi turno en la línea de migraciones, la cola de pacientes desmañanados y hambrientos en el laboratorio, la ventanilla del banco donde ahora van a pagarme. Mi escritorio de pronto tiene fecha de caducidad, espinas que se han vuelto más afiladas, un tufillo que me incomoda y me espanta. Pero no puedo abandonarlo aún. Aún no.