1.17.2012

Fashion disaster

Querido Michael Kors:

Hoy iba a ser un buen día. Un lunes con cara de sábado. Estrené unos zapatos blancos firmados por ti. Del verano pasado en Norteamérica, pero aquí recién sale el sol, Michael, una pequeña ventaja de vivir en Sudamérica y comprar en el Río Grande Valley. Sé que eres un buen tipo, Michael Kors y que no lo hiciste a propósito. ¿Sabes lo que es un cankle? Yo tengo dos, y te aseguro que no soy una chica regordeta. El vestido de Jew Crew gris Oxford que me puse hoy es talla cuatro, y me queda un poco flojo en la cintura, aunque es cierto que necesito hacer algo con los brazos. Por eso me puse unos bangles toscos en la derecha, y una bufanda plateada con blanco. Disimulaba el brazo y cerraba el asunto del color con los zapatos. Son unos zapatos lindos, Michael Kors, como todos los que haces. Todavía recuerdo esos pumps negros con los que bailé a los veintitantos hasta que se acabaron. Pero esos no tenían una pulsera alrededor del tobillo, Michael, solo el tacón alto más cómodo que recuerdo. Estos blancos parecían ser amistosos con un par de cankles, son el precio de tener una pantorrilla más o menos decente. Sería raro si junto con ellas tuviera, digamos, el tobillo apropiado al resto de mi complexión. Por eso me los puse para ir a la oficina esta mañana, aunque tomé el transporte público a quince pasos de la puerta de mi edificio. Ya lo sé que las otras señoras en el bus nunca han oído hablar de ti, querido, pero qué importa. Empecé a sospechar cuando tuve que alzar la pierna para subir al bus. La pulsera de pronto una rienda para esta yegua. Yegua, seguro pensaba el cobrador, si en este país pensaran en yeguas, cuando me miró completa. En algún punto de mi vida encontraré este recuerdo ofensivo y bochornoso. El gesto y la línea que lo describe. Hoy no, Michael Kors. Eran las siete cuarenta de la mañana, qué querías. A las once, cuando iba por el tercer café, me di cuenta que algo me dolía. Me quité el zapato derecho. Luego el izquierdo. ¿Sabes cuán sucia es la alfombra de mi oficina? No importa, fui hasta la cafetera descalza. Tanto me dolía. Después me invitaron a comer, y me alegré de que pasaron a recogerme en auto y el restaurante tenía buena pinta. Excepto que era un buffet. No era un buffet como los americanos, Michael, este era un lindo sitio junto al mar, con comida de primera. Pero tenía que levantarme a comer y caminar diecinueve pasos hasta las fuentes y volver. Es mucho. Cuando volví al trabajo me dí cuenta que había perdido la bufanda Calvin Klein. ¡Necesitaba tanto salir de allí, ir a algún sitio a quitarme los zapatos otra vez! A las cuatro de la tarde, una gotita de sangre escurría por el cankle derecho. Una fractura en el izquierdo que me obliga a pisar distinto. Pospuse salir hasta que quedara el último bus, las finanzas personales y los propòsitos de año nuevo. Fue allí, colgada de un tubo que empecé a pensar en tí, Michael Kors. ¿Sabías que puedes pagar un sol y subirte a un gran camión verde que toca una canción de Billy Idol y acelera a toda velocidad a las diez de la noche? Se sentía bien hasta que me di cuenta que mi bolso no tenía zipper y los zapatos iban a terminar por degollarme un pie o dos si el chofer frenaba una vez mientras bailaba with myself, oh-oh-oh-oh. No sé si en otros lados del mundo los microbuseros escuchan pop de los ochenta, Michael, este continente es muy raro. Tal vez sólo era este bus en particular, pintado de un verde como el de la línea  de ropa que hiciste pensando en tu mamá una vez, y rotulado "Villa María". ¿Sabes dónde queda Villa Marìa, Michael?
Yo tampoco.

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1.16.2012

abandono

Empacar es otra forma de romperse un poquito. Volver a casa, después de un año. A la única que se puede decir que construiste. A la que limpiaste de rodillas. Que amueblaste como hormiga mermando el salario. Un sofá que dure toda la vida, un ancla. Un refrigerador plateado, un sueño. El cenicero soplado a mano con un pez microscópico que estuvo ocho años guardado porque no tenías casa. La única mancha en el sillón de la entrada, la pintura chueca del mueble que recobraste, ese foco fundido. Hay cosas que son fáciles de olvidar si no las miras todo el tiempo, pero apenas las tocas y te echas a llorar. Como si quisieras pedirles perdón por haberlas abandonado. ¿Por qué me llevé esta pulsera y no esta? Una falda con el elástico marchito, víctima de un año de soledad, queda lisiada para siempre al primer intento de abrazarla otra vez a la cadera. La maleta, ese contenedor injusto de recuerdos, de cariños, de urgencias. La sospecha de que haría falta un barco, como en otro tiempo.

Todo por supuesto, como una metáfora de lo demás.
De ellos.

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1.14.2012

2012: Mínimos.

Sesenta posts, por lo menos.
Doce libros completos.
Las revistas: Ocho mías más las otras.
Treinta paseos en bicicleta.
Dos otros países.
Una canción nueva cada día.
Un instrumento, un ritmo nuevo.
Tres líneas regulares para los amigos queridos.
Una historia grande.

Todos, todos los besos y algunos abrazos.