6.29.2008

postal

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6.24.2008

garúa y lúcuma

Es la garúa de junio, le anuncio a mi jefe mientras salimos a lo que debe ser la esquina más ruidosa de esta capital. Anoche tuve problemas para dormir. ¿La qué? Garúa y repito saboreando la palabra. Yum. Garúa. El cielo de esta ciudad está como en mute. Pausado indefinidamente. Todavía no encuentro bien cómo explicarlo, pero lo haré. Me gusta mucho esta ciudad. Me divierte un poco la seriedad con que se toman el invierno, las bufandas prematuras, las botas. Cuando viajo se me nota más lo del café. Algo en el ojo derecho que no termina de acomodarse. Como si la piel no se ajustara por completo a la órbita hasta que me tomo el café. Como que tuviera puesta la máscara al revés y el cerebro en stand by. Muy loco. No me siento extraña. Estoy lejos pero siento que ya llegué. Me muevo con autoridad, como si siempre.

Tomamos un taxi. La chica que me acompaña en el asiento trasero tampoco es de aquí. Me pregunta si aquí se consigue chirimoya. Supongo que sí, le digo, pero no sé. ¿Has probado la lúcuma? ¿Qué es eso? Cuando debo explicarle me doy cuenta de que me he metido en un problema. Salvo por aquella vez en febrero, caminando del brazo de un chico en el parque Kennedy, no sé más nada de esta fruta que a los peruanos tanto les enorgullece. Es como un soft spot de su conciencia cultural. El happy place de su folklore. Es como el mamey, le digo. Y sabe bien dulce. El taxista, un anciano hermoso voltea a mirarme sin dejar de manejar. No chula, la lúcuma es una cosa muy diferente. Y nos explica mientras conduce de memoria que la suavidad y la pepa al centro (pepa, pepa, digo para adentro con acento oscuro y brilloso) y el sabor, qué sabor. Ahora que lleguemos a la esquina agarramos un frutero y le compramos una, mi niña. Y se nos atraviesa el destino y nos tenemos que bajar. A la entrada un guardia me pide mi nombre (en Lima no se puede traspasar ninguna puerta sin decir uno su nombre) y no sé por qué miro a la calle. Mi taxista está ahí, parado junto al auto, esperando a que entre. Nos miramos. Fugazmente se me ocurre marcharme con él a comer frutas a la esquina y dejar plantada mi reunión. Le brillan los ojos, como la pepa de la lúcuma, y eso que el cielo está nublado. Nos despedimos.

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6.19.2008

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¿Por qué me resulta tan difícil?

En parte, because he's bullying me to. Porque me arenga, me reta, me desafía. Porque, muy adentro, sospecho que sería una venganza. Y yo he renunciado a escribir desde la humillación. ¿Cuándo fue? No es que me haya dejado de doler la escritura, no. Eso siempre está. Pero lo que me pide me irrita profundamente. Me siento boba, inútil, regañada. Muy estúpida. Y cada vez que hablamos es como si me quedara sin aire. Como cuando empezaba a pedirle permiso a mi papá de algo que ya sabía que no me iba a conceder. Con ese mismo despair y las lágrimas a punto de suicidárseme en los cachetes inlcuso antes de que empiece a hablar. Quiere, ya lo sé, que despegue o me largue. Que deje de lloriquear. Pero no sé cómo. Y vuelven a mí las palabras de la Patchett:

"That guy you're seeing, he'll figure you out, too, then he'll drop you, because he'll know that you're not ever going to be the thing you say you're going to be, because you don't do anything, you aren't anything. You aren't the girl with all the promise, the girl who's going to be the real writer. He'll see that you're nothing, you're just something to fuck".

Y ese tough love loquesea no sé si esté resultando. Porque entonces agarro todo y lo rompo, en lugar de pulirlo furiosa, desesperada, incesantemente. Duele. ¿Qué se hace con esto?

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6.18.2008

transcribo

Con los ojos cansados, releo, cuatro años después:

"...soy una estúpida monógama cuya organización íntima no da para más de una imagen en el espejo amoroso. No sonrías: la historia de nuestra circunstancia nada tiene que ver con el credo que profesamos interiormente"
Tita Valencia, Minotauromaquia [Crónica de un desencuentro]. p. 94 Joaquín Mortiz

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6.17.2008

ya

Raudos, veloces y elusivos. Así me pasaron varios posts este finde y no pesqué ninguno.

Pero ya tengo estufa, tarja para la cocina y lavabo.
Ya el día del padre.
Ya los descubrimientos en los cajones.

Y ya, sobre todo, estoy absorta y enlelada con La muerte me da, de la Detective.

Ya iré contando.

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6.14.2008

sábado

Mañana de adulto. Ir al banco, sacar dinero, hacer cuentas. Comprar café, hacer más cuentas. Reunirse con el arquitecto, el carpintero. Escuchar, aprobar. Elegir colores como quien dice ave maría dame puntería y desear mucho que combinen. Cerrar tratos, establecer condiciones, contratar, pagar. Conducir, comprar una llanta, negociar, pagar otra vez.

6.12.2008

malestar

Como sentir que hace mucho calor y a uno le aprietan los zapatos y no hay ni una sombrita y todo es desconocido y hay que seguir caminando. Tener hambre y sueño y calor y fastidio. Todo por dentro, porque por fuera uno se ve normal.

6.11.2008

bola de cristal

En unos cuarenta años aburriré a mis (no voy a decir nietos, novayaser) prójimos con una perorata más o menos así:

"Tenía 29 añosh y me compré eshta sala, bueníshima que salió. Die-cio-cho meshes sin intereses...el día que la abrimosh era junio, Shamán (el de las películash eshas famoshas) me ayudó a deshtaparlas...me han acompañado en tantash casas...me voy a morir en uno de estos sillones...también mi prima Talix eshtaba ese día, hacía un calorón..."

6.08.2008

porche

Últimamente paso mucho tiempo en el porche. De noche. Es como si lo acabara de descubrir. Son las dos de la mañana y me pregunto por qué no venía al porche antes, por la noche, a sentir el fresco, a escuchar el tren. El tren que pita y pasa y las hojas que arrullan. Antes pasaba las noches pegada al teléfono, adentro. Intentando sostener. Queriendo que estuviéramos. Escuchándolo. Contándole.

Ahora estamos las hojas y el silbato del tren y un cigarro y la calma. Están también las palabras. Ésas a las que les había callado la boca. Ellas no se fueron y me acompañan. A veces son en inglés, las palabras de las newyorkers atrasadas que me manda mi mamá. Algunas veces son palabras escritas en una ventanita que me confunden y de cuando en vez me arrancan un suspiro. Otras veces conjuro otras palabras grises, nubladas como el cielo de Lima. Nunca las de el año pasado o el anterior, las de los planes.

Pienso en mi pequeño escalón de Prince Street, en esas palabras de la nieve frente al escaparate de la librería. Las que luego subía a teclear antes de cerrar los ojos en ese pedacito de vida que me fue regalado. Tampoco esas han vuelto. Hay que darle la vuelta a la página.

Ahora tengo un porche y estoy reconciliándome con las palabras. Las que siguen.

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6.06.2008

Gertrudis II


Me despierta un grito. Son las tres de la mañana. El grito es mío. Un dolor muy fuerte en el oído. Estoy confundida. Me siento en la cama. Ya no está. Sí. Ahí. Gimo. Duele mucho. A esta hora y a oscuras, todo es confuso. Voy al baño. Ay. Ay. En voz alta, ay. Hay algo en mi oído izquierdo. Algo vivo que aletea. Vivo. Dentro de mí. Lloriqueo como una nena. Estúpidamente me asomo en el espejo del baño. Se detiene. Intento mirar. El dolor irradia a la quijada. Estaba dormida y todavía no sé bien qué hacer. Por lo pronto me visto. Aleteo. Hay algo que aletea en mi interior de la manera más literal y angustiante. Busco mi cartera. Llamo a Médica Móvil. Un tipo adormilado me informa que no pueden mandar a nadie pero. Se llena de aceite -puede ser de cocina- el oído...¿puede ser de oliva? ¿capullo? ¿extra-virgen? ¿importado?...luego espera quince minutos acostada y entonces puede proceder al hospital de convenio. Mi pediatra siempre dijo que nadamás el codo en el oído. ¿Aceite? Ni madres.

Tomo las llaves y mi cartera y me largo.

Cuando manejo empieza a invadirme el pánico. El dolor es fuerte pero intermitente. El aleteo también. ¿Y si se empieza a salir el mounstro mientras conduzco? ¿Qué hago si un cienpiés o un cucaracho o un dinosaurio empieza a salirme por el oído? Me falta el aire. Tun tun tun. La calle está vacía. Piso el acelerador.

¿Sí? pregunta estúpidamente el guardia de urgencias. Necesito, tengo, por favor. Presiona un botón y entro. El ER está en penumbras y las enfermeras hablan bajito entre sí. Me acerco a su mostrador como si fuera un oasis. Es que yo, la verdad. Me doy cuenta de lo ridículo de la situación. ¿Tiene algo en el oído? ¿Será un cucaracho? No. Lo. Sé. Aver, vamos a tomarle la presión. Secuestra mi brazo y me informa que se llama algo con igriegas y eses. No quiero que me tome la presión. Sáqueme esto de aquí. ¿Viene sola? ¿Manejando? ¿Cómo se dio cuenta? Contesto como puedo. Abra la boca, le voy a tomar la temperatura. No. ¿Viene sola? ¿Manejando? Sé que es protocolo pero insisto. Y después: Señorita, no estoy loca. Sonríe. No. Ahora traigo a la doctora.

Duele. Duele. No duele. Aletea. Duele. No duele. No duele. Aletea. Llega la mujercita y se asoma. Mh. No veo nada. No. No. ¿Duele? Ah. Sí. Es una hormiga. Y la está mordiendo, uy. ¿Mordiendo? Una estudiante se asoma tímidamente. Vamos a tener que hacerle un lavado. ¿Quiere ver, doctora? Incrédula, la cuasidoctora pregunta ¿yo? A estas alturas no me importa si traen al guardia del estacionamiento a hacer la intervención, pero ya.

Vamos a anestesiarle primero el oído. ¿Vino sola? Sí. Pues viene muy calmadita ¿eh? Si viera cómo vienen unos. Un día le quité un cucaracho a un señor. En pedazos. Una sustancia pegajosa recorre el conducto auditivo mientras se apersona una señorita burócrata ¿nombre? ¿fecha de nacimiento? ¿tiene seguro? ¿número de póliza? Le contesto como puedo y a los dos segundos se abre la cortinita. ¿Maztrichita, eres tú? Mi jefa. A las casi cuatro de la mañana. Me río nerviosa. Seguro que estoy soñando todo este numerito. Mañana despertaré con la loca idea de que una hormiga quiso instalar su oficina en mi oído. ¿Estás bien? Se me hizo oír tu voz pero no estaba segura. Sí, jeje, risa nerviosa, soy yo. Se ríe también y se marcha explicando que su hermana, un accidente, etcétera.

El equipo SWAT del Sanjo apunta con una poderosísima jeringa y prepara un riñón para capturar la debris. La estrategia es inundar mi oído y sacar a la intrusa a tehuacanazos. Rezo para que no vaya a llegar PETA ni derechos hormiguiles. Un chisguete. Grito sin querer. ¿Está muy caliente? Mucho. Está bien, falta uno más. Y entonces es como si me hubieran dado un golpe en la cabeza. Todo me da vueltas. Mal. ¿Doctora, es normal que ustedes estén dando vueltas, muchas vueltas? Sí. Así pasa. Dice algo del oído, el equilibrio, qué sé yo. Mamá. Es el techo volador sin alcohol ni baile de por medio. Intento bajar un pie. No alcanzo. Suben las baranditas para que no me caiga. Mire! Y está ahí, pequeñísima y roja, gluglugglu luchando por su vida. Maldita.

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6.05.2008

Gertrudis

A eso de las 3:30 de la mañana una intrépida hormiga aventuróse en mi oído. Dos horas, una inundación vía jeringa y mil setecientos pesos después me voy a la cama. Mañana les cuento.

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6.03.2008

Convocatoria Democrática

A toda la concurrencia que ocasional (y seguro accidentalmente) se pasa/ha pasado por aquí.

Por motivos que (quizás) conocerán más tarde, debo seleccionar los diez posts (diez) de este espacio.

Los más presentables/memorables. Los que más les hayan dicho algo.

¿Sería mucha molestia pedirles que nominen a sus candidatos?

¿Porfas?

Pueden comentar aquí o enviarme un mail a maztirch maztrich en gmail.com

Por su atención, mil gracias.

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6.01.2008

odio

Odio el calor, el cochambre, el polvo. Odio el ruido ambiental mientras intento escribir: rancheras y noticieros. Hoy he contestado el teléfono once veces; una sóla era para mí. Odio mis zapatos amontonados, las hormigas trajinando por las paredes, las revistas arrugadas y a medio leer. Odio el inbox vacío, los pretextos, los imprevistos. Odio la puta soledad rodeada del barullo del asado de domingo. Odio el negro percudido de mis pantalones y los pájaros que cagan mi auto recién lavado. Odio el olor de la esponja que se queda en el vidrio de los vasos y las conversaciones asincrónicas en el messenger. Odio las contestadoras de mis amigos que no están. Odio tener que hacer tareas estúpidas y leer artículos inútiles para cumplir el requisito y poder presentar la evidencia. Odio que se me apilen los podcasts y haber dejado de mandar la columna. Odio que no podamos despedirnos. Odio tener que seguir aquí.

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Domingo por la tarde. No me queda la menor duda de que estoy en el lugar, compañía, ocupación equivocados.

inspiration-compulsion

Cuando andaba museando sobre lo que iba a postear respecto al blog (al mío pero en general), publican en el Magazine del NYT este artículo de Emily Gould, del que copypasteo...

"The will to blog is a complicated thing, somewhere between inspiration and compulsion. It can feel almost like a biological impulse. You see something, or an idea occurs to you, and you have to share it with the Internet as soon as possible. What I didn't realize was that those ideas and that urgency — and the sense of self-importance that made me think anyone would be interested in hearing what went on in my head — could just disappear."

Y luego de terminar de leer y de pensar y de regresar en malos términos a postear me pregunto, ¿Qué de mi vida "íntima" se ha perdido a causa del blog? ¿A dónde se fue? ¿Se puede recuperar?

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my bf's girlfriend

Sábado a mediodía, suena mi teléfono. Vamos por tí, comadre, ¿comemos? ¿A qué hora? ¿Dónde? No. Nosotros vamos por tí. ¿A qué hora? Ahora. Estoy sin bañar. No importa, vamos yo y mi novia y mi socio que es casado, así que no te tienes que bañar. Estamos a 3oypico celsius. Me voy a bañar cómono. Cuando vienen por mí me doy cuenta de que ella, obvio, sí se arregló. Me mira con atención desde el asiento del copiloto. Me interroga earnestly. ¿Dónde vivías? En Nueva York. ¿Pero en qué parte? Su pregunta me puzzlea y le digo Prince Street. ¿Eso es Manhattan? Ah. ¿Qué se siente estar de vuelta? Dulcemente le digo que volví hace dos años, pero que no les había avisado. Y nos reímos. Manejamos hablando de una cosa y de otra hasta el restaurante que ella ha elegido y ¿sí te gusta verdad? La verdad que no, pero me quedo callada. La naturalidad de vernos se ha perdido. Me siento observada, examinada. Me sorprendo mordiéndome la lengua para no contar yet another anécdota que ella no conoce. Me obligo a hacerle preguntas sobre ella, sus planes, sus logros. Porque va a casarse con él, antes de que cumplamos treinta. Comemos mariscos. Él habla de mí, de mis novios y me deja sin saber qué decir. Ése último que conocimos era como, y lo dice en inglés porque si no su socio no entiende, like if he didn't exist the world would stop spinning or something. Lo miro sorprendida. Pero sólo lo vieron en mi cumpleaños. Pero se le notaba. Y ese otro que trajiste a la boda de X, ese nos caía bien. ¿Quién? Uno muy buena gente. Ah sí. También a mí, somos amigos. Ella pide limonada y me mira expectante. Yo los miro a ellos, que toman cerveza. La amiga soltera que toma cerveza con los muchachos. Voy en contra de mí y pido también una limonada, pero mineral. ¿Y qué haces los fines de semana? Excuse me? Sí, ¿qué haces? ¿a dónde vas? Y todo porque a lo mejor podemos ser amigas, salir, ir por ahí, lo dice y mueve mucho las manos. Las manos huesudas y comprometidas que me invitan. Ser amigas. Ugh. ¿Por qué no traje mi coche?

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